Reloj saboneta muy inusual estilo ojo de buey de la marca ROSKOPF.

 

Catalogación Referencia: MIARB Nº 453 JDBC.

 

 

 

 

 

Siglo XIX, circa 1880.

En cuanto al maestro y empresario relojero Georges-Fréderic Roskopf, nació en Alemania en el año 1813 y falleció en Suiza en el año 1889, siendo reconocido mundialmente como el que consiguió que la clase trabajadora pudiese adquirir relojes de bolsillo de calidad a precio asequible al conseguir abaratar la producción y disminuir las piezas del reloj.

Sus inicios profesionales se remontan al año 1829, a la edad 16 años, en La Chaux de Fonds, donde era un destacado comerciante y trabajaba centrado en la especialidad de piezas de metal, ferretería y fornitura de relojes. En 1833 decidió iniciarse en el mundo de la producción de relojes como aprendiz y colaborador de J. Biber. Su espíritu emprendedor hizo que no tardara en establecerse con su propio negocio, centrado en la compra de movimientos relojeros y demás piezas relacionadas con el mundo de la relojería (como por ejemplo: cajas, esferas, agujas, coronas, anillas de suspensión, etc.) para montar sus propios relojes.

El hecho de estar en un sector en constante desarrollo y crecimiento, hizo que internacionalizara su negocio, creando relojes de elegante diseño de manufactura propia y los exportara a Europa y Norte América desde Suiza.

Su crecimiento fue tan importante que el ansia de prosperar hizo que no prestara suficiente atención a algunos departamentos de su negocio y éstos no fueran lo suficientemente rentables, por lo que un día, al recibir una oferta importante, decidió vender su empresa. No obstante, su pasión por la relojería hizo que siguiera fabricando relojes como Director asociado en la manufactura B. J. Guttman Frères de Wruzburg.

En 1855, Georges F. Roskopf abrió un nuevo negocio con su hijo, Fritz Edouard Roskopf, y Henri Gindrauz que denominarían Roskopf, Gindraux and Co. Después de dos años, su hijo F. Edouard abrió su propio negocio en Ginebra y Gindrauz fue a Neuchâtel y dada su brillantez, ocupó el importante puesto de Director de la Escuela de Relojería, con todo lo que ello conlleva estando en un sector altamente floreciente en aquel momento.

G.F. Roskopf era un gran empresario y soñaba con realizar un modelo de reloj de muy buena calidad pero a un precio asequible, que pronto fuera muy popular entre la clase trabajadora. En el año 1860 ideó con gran astucia y estrategia un reloj de calidad y diseño que podía venderse por 20 francos.

Roskopf patentó sus relojes en distintos países, tales como Bélgica y Francia, pero no en Suiza, pues por aquellos años este país todavía no disponía de un sistema de patentes.

Fue el año 1868 el de su reconocimiento internacional a tanto trabajo. Tuvo la oportunidad de presentar su reloj en la Exposición Universal de París y ganó la codiciada Medalla de Bronce. En 1869, lo exhibió en la Exposición de Amsterdam y ganó la ansiada Medalla de Plata.

En 1873, Roskopf llegó a un acuerdo con Wille Freres y sus asociados, CH. Leon Schmid. A su muerte, un gran número de marcas relojeras de todo el mundo declararon ser sus sucesoras legales, pero únicamente Wille Freres tenía los derechos sobre la firma Roskopf.

Los mecanismos Roskopf se hicieron por su rentabilidad y precisión muy populares en todo el mundo. Cientos de marcas y compañías, así como numerosas manufacturas empezaron a utilizar sus modelos, marcando un antes y un después en la historia de la relojería internacional.

Esta pieza en particular es un reloj muy inusual en la marca ROSKOPF, denominado “ojo de buey” o “cazador”, pero muy buscado por el coleccionismo y ampliamente catalogado en diversos tratados. El experto en relojería y autor de distintos tratados, R. Meis, le dedica a este reloj toda una página en su último libro.

En relojes de bolsillo “ojo de buey”, la esfera está duplicada en la tapa, alrededor de una apertura circular dotada de un cristal grueso convexo por el que se ve la posición de las agujas. Fue un modelo muy difundido desde mediados del siglo XIX hasta la aparición del reloj de pulsera, que permitía leer la hora sin necesidad de abrir la tapa, lo que se justifica en una época en que el uso de los guantes estaba generalizado. Muy solicitado por los cazadores, algunos le dan a este modelo el nombre de “reloj de cazador”. Se da también el caso de esfera duplicada en los antiguos relojes “doble faz” de escaparate.

Cuando la tapa que protege a la esfera tiene un agujero en el centro para permitir leer la hora (con el disco de horas grabado en torno) se llama “media saboneta”. Se llegó a atribuir a Napoleón los orígenes de este reloj, estando en vísperas de la batalla de Waterloo, ya que al parecer hizo un agujero en la tapa con un cuchillo, en su nerviosismo para poder consultar más rápidamente la hora en el reloj. No obstante, el modelo existía ya desde hacía unos diez años, y por otra parte no se hizo popular hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo XIX, bajo el reinado de Victoria de Inglaterra.

En la esfera de este reloj aparece grabado “ROSKOPF PATENT” en esmalte negro y en rojo “G.F. 1ª”. En la tapa posterior el escudo oficial de ROSKOPF Patent. Así mismo, también en la maquinaria, en latón dorado a tres cuartos, se puede leer “ROSKOPF PATENT 30.353” y en el regulador “Advance” y “Retard”.

El tipo de cuerda es a remontoir por la corona, disponiendo de un pulsador en la carrura, entre las XI y las XII horas.

La esfera de la caja dispone de numeración arábiga grabada en esmalte negro y cristal convexo en su centro. La esfera bajo la tapa está realizada en esmalte blanco sobre cobre convexo y numeración arábiga en esmalte negro. Las agujas son estilo pica fuerte en latón negro.

“Creado en 1798 por el maestro relojero L. Perron de Besançon. Las paletas de rubí son sustituídas  por paletas de acero templado. Este escape fue utilizado con posterioridad por Roskopf, en el año 1867 cuando creó un reloj simplificado de precio módico”. (Dictionnaire Professionnel Illustré de l’Horlogerie. G.A. Berner)

“Suiza se incorporó relativamente tarde a la producción relojera, aunque con anterioridad tuvo eminentes artífices que hubieron de realizar su obra en la emigración, como es el caso de Jost Burgui, en el siglo XVII. Curiosamente la paulatina implantación de este arte en el país helvético se produce como si fuese causa de un desplazamiento de la actividad de un país a otro. Las manufacturas se fueron instalando originariamente en el cantón de Neuchatel, por su proximidad a la ciudad libre de Ginebra, que llegó a saturarse con motivo de la expulsión de los hugonotes de Francia.

En 1541, el reformador Jean Calvin (Calvino) que era entonces alcalde de la Villa, prohibió totalmente la confección de joyas religiosas y civiles. Poco después, el Reglamento de los Orfebres de la Villa, de 1556, fue redactado de tal forma que condenó de hecho a desaparecer a estos artesanos, de los que había abundantes y muy competentes en Ginebra.

Pero en la misma época, refugiados extranjeros, expulsados de su país por causa de la Reforma, llegaron de Francia, de Flandes y de Italia, y se refugiaron en Ginebra, la villa de Calvino. Como entre ellos hubo relojeros y las ideas nuevas se acompañan de oficios nuevos, fueron los iniciadores de los artesanos ginebrinos que encontraron en la confección del reloj un nuevo campo de trabajo adecuado para reemplazar su antiguo oficio.

Desde entonces, la relojería se destaca rápidamente de las otras artes ornamentales para llegar a ser una profesión nueva e independiente. A fines de siglo, Ginebra ha adquirido una reputación de excelencia en este campo. Al aumentar en número sin cesar, los relojeros deciden agruparse y reglamentar su profesión. En 1601 la “Maîtrise des horlogèrs de Genéve” será la primera corporación relojera del mundo. 

Con la aparición de los primeros relojes de bolsillo con aguja de minutos, la relojería toma el primer lugar entre las industrias de la ciudad. Antes de finalizar el siglo XVII, la relojería ginebrina es tan floreciente que hace escribir a los historiadores de la Villa: “Ginebra está congestionada de relojeros”. De hecho, son más de 500, situación que obliga a algunos de ellos a emigrar a lugares menos saturados: Nyon, Neuchatel, Berna, Basilea y hasta Ispahan, Pekín, etc.

 Después de su ocasional anexión a ese país, entre 1788 y 1814, Ginebra se incorpora definitivamente a la Confederación en 1815 y a partir de esa fecha todo es ya reloj suizo.

 Nombres como los de Jeanrichard, Jaquet Droz, Ducommun, Perrelet, Courvoissier, Berthoud y Breguet – estos dos últimos triunfadores en París – llenan capítulos interesantísimos de la relojería suiza.

 De todos es conocido el rápido desarrollo de la industria relojera suiza, a partir de la época industrial, y hasta nuestros días, que ha abarcado simultánea y sorprendentemente todos los géneros posibles, todas absolutamente las especialidades, desde la relojería de edificio hasta los más minúsculos cronógrafos de pulsera, y que ha producido y produce obras de altísima calidad y compleja mecánica”.

 (texto extraído del libro “Relojes” del maestro relojero Luís Montañés; colección Diccionarios Antiqvaria)

 

“Hoy en día la relojería Suiza es sinónimo de calidad, pero curiosamente el prestigio es reciente ya que Suiza se incorporó tarde a la carrera por la producción relojera. No obstante, a lo largo de su historia han destacado muy importantes e insignes relojeros, como es el caso de Jost Burgui en el siglo XVII.

En sus orígenes, la relojería suiza se instala en el cantón de Neuchatel, ya que está próximo a Ginebra, punto de encuentro de todos los relojeros y orfebres que marchan de Francia al ser hugonotes y fueron expulsados”.

 (texto extraído del “Diccionario Enciclopédico Profesional de Alta Relojería”, del Prof. Dr. José Daniel Barquero Cabrero; Furtwagen Editores).