Reloj llavero de la marca BULER, Suiza.

 

Catalogación Referencia: MIARB Nº: 778 JDBC.

 

 

Siglo XX, circa 1958.

 

Reloj-llavero de 4cm de diámetro estilo esqueleto de la marca suiza de relojes BULER, con caja en níquel y cromo rodeada de caucho simulando un neumático. En los años 60, con la popularidad del coche en España, se pusieron de moda este tipo de llaveros.

La esfera es en metal con la marca BULER en esmalte negro y el logo a las XII. A las VI, se ha esmaltado SWISS MADE y 17 JEWELS. Las indicaciones horarias tienen forma de punta de lanza en latón plateado. Las agujas son en latón plateado.

En el reverso del reloj, a través del cristal, se puede apreciar la maquinaria, en la que se ha grabado BULER WATCH L.T.B. Swiss unadjusted.

La corona para el sistema de cuerda está situada a las III y es ranurada. A las XII se encuentra la anilla de suspensión unida a la cadena del llavero.

La Compañía BULER fue fundada en 1945 por el grupo SSIH (Société Suisse de l’Industrie Horlogère). Al ser una fábrica joven de mitad del sg. XX, no se veía restringida por las viejas tradiciones. Al contrario, en lo que respecta a cuestiones técnicas, ya no aplicaba enfoques de ayer, sino que adoptaba métodos pioneros. Este fue uno de los pilares fuertes de Buler, que le hizo ganarse una reputación mundialmente famosa con sus productos.

En 1954, los fundadores Charles y Albert Buhler, se retiraron de la empresa y Walter Rufli se hizo cargo de la gestión de la empresa. En ese momento, tenían 15 trabajadores en un atelier bastante pequeño situado en Oelestrasse.

En 1956, Buler se mudó a una nueva y moderna fábrica, situada al pie de las montañas del Jura, en la calle Solothurnstrasse, en el bonito pueblo de Lengnau. De esta nueva fábrica, no menos de un millón de relojes suizos se entregarían anualmente a 65 países repartidos por todo el mundo.

En esa época, sus competidores fabricaban relojes mecánicos. Los relojes Buler ofrecían una alternativa real, en el mismo rango de precios, ofreciendo relojes de maquinaria a precios razonables.

Debido a la creciente demanda de relojes Buler, la capacidad de producción se volvió insuficiente, por lo que, una vez más, se tuvo que emprender un nuevo paso importante, que sería una segunda ampliación de su fábrica, añadiendo una nueva ala. El nuevo edificio albergaría, además de diversas salas de trabajo, oficias y un almacén, también contaría con atelieres técnicos especiales y salas de ocio para el personal.

La ampliación quedó terminada en el verano de 1960, un período en que surgieron nuevas invenciones técnicas para la industria relojera. Buler aprovechó el momento para invertir en nuevos equipos de fabricación con los últimos avances. Esta innovación le permitió seguir ofreciendo un servicio realmente actualizado.

De hecho, con el advenimiento de los relojes de cuarzo, que reemplazaron a los relojes mecánicos, Buler comenzó a construir su imagen como marca optimizada en el rango de precio medio y alto. Éste fue un paso esencial en el cual Buler construyó su reputación mundial actual.

En 1990 los cambios en la alta dirección de la Compañía, afectaron su política comercial, pero una gestión nueva y dinámica por parte de un empresario privado comenzó de inmediato a restablecer su equilibro, que combinado con nuevas colecciones muy atractivas para el mercado, despertaron el interés de nuevos mercados emergentes, como el Lejano Oriente.

 

Elemento técnico de escape situado en la maquinaria. Dicha pieza, como su nombre indica, recuerda a un áncora y lo que la caracteriza es que recibe la fuerza para el impulso sobre sus dos extremos y la transmite al volante por su tenedor, que a continuación transmite a una pieza solidaria con el eje del volante durante unos instantes, mientras que la velocidad del volante es máxima dejándole libre durante su oscilación, de ahí su nombre de escape libre.

  

“Suiza se incorporó relativamente tarde a la producción relojera, aunque con anterioridad tuvo eminentes artífices que hubieron de realizar su obra en la emigración, como es el caso de Jost Burgui, en el siglo XVII. Curiosamente la paulatina implantación de este arte en el país helvético se produce como si fuese causa de un desplazamiento de la actividad de un país a otro. Las manufacturas se fueron instalando originariamente en el cantón de Neuchatel, por su proximidad a la ciudad libre de Ginebra, que llegó a saturarse con motivo de la expulsión de los hugonotes de Francia.

 En 1541, el reformador Jean Calvin (Calvino) que era entonces alcalde de la Villa, prohibió totalmente la confección de joyas religiosas y civiles. Poco después, el Reglamento de los Orfebres de la Villa, de 1556, fue redactado de tal forma que condenó de hecho a desaparecer a estos artesanos, de los que había abundantes y muy competentes en Ginebra.

 Pero en la misma época, refugiados extranjeros, expulsados de su país por causa de la Reforma, llegaron de Francia, de Flandes y de Italia, y se refugiaron en Ginebra, la villa de Calvino. Como entre ellos hubo relojeros y las ideas nuevas se acompañan de oficios nuevos, fueron los iniciadores de los artesanos ginebrinos que encontraron en la confección del reloj un nuevo campo de trabajo adecuado para reemplazar su antiguo oficio.

 Desde entonces, la relojería se destaca rápidamente de las otras artes ornamentales para llegar a ser una profesión nueva e independiente. A fines de siglo, Ginebra ha adquirido una reputación de excelencia en este campo. Al aumentar en número sin cesar, los relojeros deciden agruparse y reglamentar su profesión. En 1601 la “Maîtrise des horlogèrs de Genéve” será la primera corporación relojera del mundo.

 Con la aparición de los primeros relojes de bolsillo con aguja de minutos, la relojería toma el primer lugar entre las industrias de la ciudad. Antes de finalizar el siglo XVII, la relojería ginebrina es tan floreciente que hace escribir a los historiadores de la Villa: “Ginebra está congestionada de relojeros”. De hecho, son más de 500, situación que obliga a algunos de ellos a emigrar a lugares menos saturados: Nyon, Neuchatel, Berna, Basilea y hasta Ispahan, Pekín, etc.

 Después de su ocasional anexión a ese país, entre 1788 y 1814, Ginebra se incorpora definitivamente a la Confederación en 1815 y a partir de esa fecha todo es ya reloj suizo.

 Nombres como los de Jeanrichard, Jaquet Droz, Ducommun, Perrelet, Courvoissier, Berthoud y Breguet – estos dos últimos triunfadores en París – llenan capítulos interesantísimos de la relojería suiza.

 De todos es conocido el rápido desarrollo de la industria relojera suiza, a partir de la época industrial, y hasta nuestros días, que ha abarcado simultánea y sorprendentemente todos los géneros posibles, todas absolutamente las especialidades, desde la relojería de edificio hasta los más minúsculos cronógrafos de pulsera, y que ha producido y produce obras de altísima calidad y compleja mecánica”.

(texto extraído del libro “Relojes” del maestro relojero Luís Montañés; colección Diccionarios Antiqvaria)

 

“Hoy en día la relojería Suiza es sinónimo de calidad, pero curiosamente el prestigio es reciente ya que Suiza se incorporó tarde a la carrera por la producción relojera. No obstante, a lo largo de su historia han destacado muy importantes e insignes relojeros, como es el caso de Jost Burgui en el siglo XVII.

En sus orígenes, la relojería suiza se instala en el cantón de Neuchatel, ya que está próximo a Ginebra, punto de encuentro de todos los relojeros y orfebres que marchan de Francia al ser hugonotes y fueron expulsados”.

(texto extraído del “Diccionario Enciclopédico Profesional de Alta Relojería”, del Prof. Dr. José Daniel Barquero Cabrero; Furtwagen Editores).