Reloj estilo lepine, en oro de 18kl amarillo, con grabado Guilloche en su tapa. Dispone de cronógrafo, taquímetro y compensador de minutos, preparado para calcular 1000 metros.

Catalogación Referencia: MIARB Nº 891 JDBC

 

 

Siglo XIX, circa 1889.

 

Reloj de bolsillo Lepine dotado de  cronógrafo, taquímetro y compensador de minutos, preparado para calcular 1.000 metros.

Cronógrafo mono-pulsante con seis agujas. Las tres de latón color negro, es decir, las dos principales más el segundero, cumplen con las funciones horarias elementales. Las otras tres agujas, dos de ellas son en   latón dorado. La pequeña esfera situada a las 12h es un contador de minutos, hasta los 30. Adicionalmente, tiene  un segundero central, que hace las funciones de taquímetro, para dar los kilómetros por hora, pues está graduado de esta manera, y la otra aguja corresponde a un segundo uso horario, llamado GMT.

Caja en oro de 18kl estilo lepine, de bisel liso y su tapa posterior está grabada a rombos concéntricos apretados estilo Guilloche. En su centro dispone de escudo redondo central para grabar las iniciales del propietario.

El sistema de remontuar es a cuerda por la corona, al igual que el cambio horario.

La placa de características ha sido profusamente grabada con las distintas medallas que han obtenido en los distintos concursos de Chicago, EEUU (1893), de Ginebra, Suiza (1896) y de París, Francia (1889). Así mismo, dispone de la indicación “Chronographe compteur de minutes”.

En la maquinaria, se visualiza debajo del puente el número de registro: 813.

La esfera es en esmalte blanco sobre cobre convexo con numeración arábiga en todos sus indicadores, realizados en esmalte color negro, rojo y azul, ofreciendo una gran suntuosidad y belleza en la esfera. Dispone de cuatro agujas, dos en latón negro y dos en latón dorado.

El cuenta tiempos es un instrumento técnico-científico que está destinado y permite medir un tiempo con extrema precisión, aislándolo en horas, minutos, segundos y fracciones de segundo, hasta 1/5, 1/10 y 1/100, siendo en estos casos cuando se presenta aislado del reloj. Si el reloj además dispone de contador, pasa a denominarse cronógrafo.

No obstante, debemos admitir que existen dos clases de cronógrafos: los que son sólo cuenta tiempos y que en consecuencia no siguen la hora, y los que siendo relojes tienen este mecanismo. Ambos tipos se generalizaron a partir de la aparición del remontuar.

El primer cronógrafo, cuya aguja de segundos volvía a su punto de partida, apareció en 1862, inventado por el maestro relojero H.F. PIGUET.

El término cronómetro se aplicó sobre todo a los relojes dotados de escape a “détente”, en la mayoría de los casos con escape de Arnold o Earnshaw, con spring-de-tent o detente pivotado. En este último caso, casi siempre de origen suizo.

Profesionalmente, se denomina cronómetro al reloj dotado de un certificado, extendido por una oficina estatal, que funciona por general en un Observatorio cronométrico. Son cronómetros también los relojes dotados de un escape especial, llamado de cronómetro, que experimentó Berthoud para los relojes marinos o “cronómetros de abordo”.

El taquímetro es un aparato que por simple lectura indica la velocidad de un órgano giratorio. En relojería se incorpora esta función a los contadores y cronógrafos mediante una escala en espiral dividida en sectores que permite leer la velocidad en kms./hora, observando la presencia de los mojones  kilométricos de la carretera desde un vehículo en marcha.

Elemento técnico de escape situado en la maquinaria. Dicha pieza, como su nombre indica, recuerda a un áncora y lo que la caracteriza es que recibe la fuerza para el impulso sobre sus dos extremos y la transmite al volante por su tenedor, que a continuación transmite a una pieza solidaria con el eje del volante durante unos instantes, mientras que la velocidad del volante es máxima dejándole libre durante su oscilación, de ahí su nombre de escape libre.

 

“Suiza se incorporó relativamente tarde a la producción relojera, aunque con anterioridad tuvo eminentes artífices que hubieron de realizar su obra en la emigración, como es el caso de Jost Burgui, en el siglo XVII. Curiosamente la paulatina implantación de este arte en el país helvético se produce como si fuese causa de un desplazamiento de la actividad de un país a otro. Las manufacturas se fueron instalando originariamente en el cantón de Neuchatel, por su proximidad a la ciudad libre de Ginebra, que llegó a saturarse con motivo de la expulsión de los hugonotes de Francia.

En 1541, el reformador Jean Calvin (Calvino) que era entonces alcalde de la Villa, prohibió totalmente la confección de joyas religiosas y civiles. Poco después, el Reglamento de los Orfebres de la Villa, de 1556, fue redactado de tal forma que condenó de hecho a desaparecer a estos artesanos, de los que había abundantes y muy competentes en Ginebra.

Pero en la misma época, refugiados extranjeros, expulsados de su país por causa de la Reforma, llegaron de Francia, de Flandes y de Italia, y se refugiaron en Ginebra, la villa de Calvino. Como entre ellos hubo relojeros y las ideas nuevas se acompañan de oficios nuevos, fueron los iniciadores de los artesanos ginebrinos que encontraron en la confección del reloj un nuevo campo de trabajo adecuado para reemplazar su antiguo oficio.

Desde entonces, la relojería se destaca rápidamente de las otras artes ornamentales para llegar a ser una profesión nueva e independiente. A fines de siglo, Ginebra ha adquirido una reputación de excelencia en este campo. Al aumentar en número sin cesar, los relojeros deciden agruparse y reglamentar su profesión. En 1601 la “Maîtrise des horlogèrs de Genéve” será la primera corporación relojera del mundo.

Con la aparición de los primeros relojes de bolsillo con aguja de minutos, la relojería toma el primer lugar entre las industrias de la ciudad. Antes de finalizar el siglo XVII, la relojería ginebrina es tan floreciente que hace escribir a los historiadores de la Villa: “Ginebra está congestionada de relojeros”. De hecho, son más de 500, situación que obliga a algunos de ellos a emigrar a lugares menos saturados: Nyon, Neuchatel, Berna, Basilea y hasta Ispahan, Pekín, etc.

Después de su ocasional anexión a ese país, entre 1788 y 1814, Ginebra se incorpora definitivamente a la Confederación en 1815 y a partir de esa fecha todo es ya reloj suizo.

Nombres como los de Jeanrichard, Jaquet Droz, Ducommun, Perrelet, Courvoissier, Berthoud y Breguet – estos dos últimos triunfadores en París – llenan capítulos interesantísimos de la relojería suiza.

De todos es conocido el rápido desarrollo de la industria relojera suiza, a partir de la época industrial, y hasta nuestros días, que ha abarcado simultánea y sorprendentemente todos los géneros posibles, todas absolutamente las especialidades, desde la relojería de edificio hasta los más minúsculos cronógrafos de pulsera, y que ha producido y produce obras de altísima calidad y compleja mecánica”.

(texto extraído del libro “Relojes” del maestro relojero Luís Montañés; colección Diccionarios Antiqvaria)

“Hoy en día la relojería Suiza es sinónimo de calidad, pero curiosamente el prestigio es reciente ya que Suiza se incorporó tarde a la carrera por la producción relojera. No obstante, a lo largo de su historia han destacado muy importantes e insignes relojeros, como es el caso de Jost Burgui en el siglo XVII.

En sus orígenes, la relojería suiza se instala en el cantón de Neuchatel, ya que está próximo a Ginebra, punto de encuentro de todos los relojeros y orfebres que marchan de Francia al ser hugonotes y fueron expulsados”.

(texto extraído del “Diccionario Enciclopédico Profesional de Alta Relojería”, del Prof. Dr. José Daniel Barquero Cabrero; Furtwagen Editores).