Reloj de bolsillo lepine gigante en el que el poeta y Premio Nobel Pablo Neruda miraba la hora de pequeño en los almacenes chilenos de Temuco “Talabarteria Francesa”.

Catalogación Referencia: MIARB Nº OR-020 JDBC.

Siglo XIX, circa 1885.

Reloj de bolsillo de doble esfera y de grandes dimensiones con  60 cm de diámetro, preparado para colgar en sitios públicos y verse la hora por ambos lados.

Caja en latón dorado con colgante anilla de suspensión y corona a las XII. Haciendo un armonioso contraste la caja y la corona al ser del mismo color dorado. La anilla y el colgante en níquel y cromo.

Las esferas en esmalte blanco sobre cobre convexo con numeración arábiga en esmalte negro.
Las agujas son pica de látigo de gran dimensión planas. Una de las esferas, la otra no, dispone de la bocallave para proceder al sistema de cuerda a llave y pequeña ventanita (regulador) que permite regular al sistema de marcha de “advance” y “retard” a través de palanca, dispuesta al efecto.

La historia de este gran reloj de bolsillo, se remontaba a la adolescencia de Pablo Neruda, y versa sobre que este, de pequeño, siempre miraba la hora en un gran reloj de bolsillo de doble esfera que colgaba de una relojería de Temuco en la que se vendían también otros instrumentos técnicos como barómetros, podómetros, termómetros; de esta relojería el padre de Neruda fue cliente, pues sería uno de los pocos privilegiados en poder comprarse uno  que luego regalaría a Neruda cuándo dejara Temuco para irse a vivir y a estudiar a Santiago.

En aquella época pocos hombres en Temuco  tenían el dinero para comprarse un reloj de bolsillo, pero el padre de Neruda fue uno de estos que sí pudo,  ya que las compañías ferroviarias de Chile  entregaban un reloj  a sus maquinistas y jefes de estación o trenes, al formar parte importante de su trabajo, o bien les daban el dinero suficiente para comprarse uno, indicándoles la marca y el modelo más preciso de la época. De ahí que José del Carmen, al trabajar en los ferrocarriles en un tren lastrero, luciera un espléndido y precioso reloj de bolsillo, a diferencia de otros ciudadanos cohetáneos de su época.

La actividad económica de Temuco girará en torno a la hora, entre otros, de ese gigantesco reloj de bolsillo de dos esferas puesto en la calle, de ahí el interés, cuando se quemó la relojería, por parte  de los almacenes la Talabartería Francesa por comprar ese reloj, tan atractivo y popular, y ponerlo en su propia entrada de su almacén, para captar la atención de los ciudadanos, como así hicieron en una subasta pública, permitiendo verse él mismo al entrar y al salir de ese establecimiento por las dos caras, y este se tomaba como referencia al no existir muchos relojes públicos, y los pocos que existían a finales de 1920 fueron los que se salvaban de los constantes incendios que sufría la ciudad de Temuco, que ardía pronto al ser todas sus casas construidas en madera  y próximas una al lado de la otra, haciendo un efecto el fuego de contagio rápido.

Este reloj monumental de exterior que reproducía a uno de bolsillo llegó a Temuco en la época de la Guerra de la Pacificación  (1861-1883) y fue pasando de mano en mano hasta ser adquirido por la Relojería de Temuco, pues era un buen reclamo publicitario para colgar en el exterior de la misma. La historia se remonta a un incendio de esa relojería, y al subastarse lo que nos e quemó,  el reloj fue adquirido por los almacenes la Talabartería Francesa, pues un reloj en la época era una cosa muy cara y viniendo de una relojería de instrumentos científicos era símbolo de precisión.

Este reloj nunca se quemó, al estar siempre  en el exterior de la relojería, pues estaba preparado para las inclemencias del tiempo y eso siempre le salvaba la vida de los incendios. Una vez se supo de su existencia, a través de las explicaciones del guía de la casa de Pablo Neruda en  Isla Negra, Chile, se buscó por encargo de la Asociación de Expertos de Relojes de Bolsillo de España –AEERB-, entre los que me encuentro como miembro, y por suerte lo encontramos, tras una larga búsqueda, como nadie podría imaginarse, en el gran Temuco de hoy en día, con el objeto de traernos parte de la historia del poeta Neruda a España.

Por suerte para nosotros, cuando él lo quiso comprar para su casa, lo subastaban justo antes que un caballo de cartón piedra y Neruda estaba más interesado de ganar la subasta con el caballo, por lo que guardaron el dinero para el caballo, de lo contrario no le quepa duda al lector que ahora estaría decorando  una de sus casas, las cuales pueden ser hoy en día visitadas.

Cuando de joven Neruda salía del Liceo, este era el mismo reloj que él miraba, no solo en la relojería cuando era pequeño y acompañaba a su padre, sino también en los almacenes “Talabarteria  Francesa” nada más llegar, pues esa era a su tienda favorita para conocer el tiempo que le quedaba antes de ir a casa, para admirar un buen rato su juguete preferido, delante del escaparate de los almacenes La Talabartería Francesa, propiedad de Filiberto Riue, un gran caballo de tamaño real de cartón piedra por el que sentía pasión y que se mostraba en el escaparate.

Neruda no tuvo reloj hasta que su padre le regaló uno de bolsillo de los que él mismo utilizaba como maquinista del tren Lastrero, y se lo regaló cuándo Neruda marchó a estudiar a Santiago. El caballo aún ha perdurado pues está en la casa de Neruda en Isla Negra; lo compró el poeta en una subasta de Temuco cuando se quemaron los almacenes la Talabartería Francesa y el gigante reloj de bolsillo que tantas veces miró Neruda está en Barcelona .

Neruda hizo una fiesta para dar la bienvenida  a su casa al caballo, y todos los invitados se presentaron con un regalo para el caballo de Neruda. El problema fue que tres vinieron con el mismo regalo: una cola. Neruda  por no hacer un feo a nadie,  dijo que sería el único caballo del mundo que con tres colas  sería muy feliz y le  puso las tres.  Aún se pueden ver en su casa de Isla Negra.

De esta noticia se hizo eco la revista española PLACET, de Madrid, la cual hace un reportaje del mismo y lo fotografía sin la corona del reloj (pues la misma, durante la foto, estaba siendo restaurada por el maestro relojero Joan Pedrals, de Moià, AEERB). De esta extraemos: “José Daniel Barquero posa en la terraza de su despacho con el reloj de bolsillo más grande del mundo. Un reloj que buscó por encargo de la Asociación Española de Expertos de Relojes de Bolsillo y que encontró para ellos en Temuco, Chile, para traerse parte de la historia del poeta Neruda, ya que este era el reloj que cada día miraba al salir de la Escuela, mientras admiraba un escaparate de los almacenes La Talabartería Francesa, donde un caballo de cartón piedra mostraba los artículos de cuero que la tienda vendía. El caballo está en la casa de Neruda en Isla Negra, pues lo compró Neruda en una subasta de Temuco en la que se vendían todos los objetos de esos almacenes que no habían sido devastados por el fuego, ya que los bomberos conocían por Chela Marín que tenían que salvar de las llamas al caballo de Neruda, como así fue. Por suerte para el caballo, este no había sido muy afectado al estar en el escaparate. No obstante, Neruda tuvo que pintarlo pues estaba chamuscado y algo deteriorado, pues la constante lluvia de Temuco cayó sin piedad sobre él, pues se guardó al aire libre. Y el reloj, después de pasar de mano en mano, está en Barcelona” (página 42, revista PLACET, España, 2007).

Elemento técnico de escape situado en la maquinaria. Dicha pieza, como su nombre indica, recuerda a un áncora y lo que la caracteriza es que recibe la fuerza para el impulso sobre sus dos extremos y la transmite al volante por su tenedor, que a continuación transmite a una pieza solidaria con el eje del volante durante unos instantes, mientras que la velocidad del volante es máxima dejándolo libre durante su oscilación, de ahí su nombre de escape libre.

 

 “Suiza se incorporó relativamente tarde a la producción relojera, aunque con anterioridad tuvo eminentes artífices que hubieron de realizar su obra en la emigración, como es el caso de Jost Burgui, en el siglo XVII. Curiosamente la paulatina implantación de este arte en el país helvético se produce como si fuese causa de un desplazamiento de la actividad de un país a otro. Las manufacturas se fueron instalando originariamente en el cantón de Neuchatel, por su proximidad a la ciudad libre de Ginebra, que llegó a saturarse con motivo de la expulsión de los hugonotes de Francia.

En 1541, el reformador Jean Calvin (Calvino) que era entonces alcalde de la Villa, prohibió totalmente la confección de joyas religiosas y civiles. Poco después, el Reglamento de los Orfebres de la Villa, de 1556, fue redactado de tal forma que condenó de hecho a desaparecer a estos artesanos, de los que había abundantes y muy competentes en Ginebra.

Pero en la misma época, refugiados extranjeros, expulsados de su país por causa de la Reforma, llegaron de Francia, de Flandes y de Italia, y se refugiaron en Ginebra, la villa de Calvino. Como entre ellos hubo relojeros y las ideas nuevas se acompañan de oficios nuevos, fueron los iniciadores de los artesanos ginebrinos que encontraron en la confección del reloj un nuevo campo de trabajo adecuado para reemplazar su antiguo oficio.

Desde entonces, la relojería se destaca rápidamente de las otras artes ornamentales para llegar a ser una profesión nueva e independiente. A fines de siglo, Ginebra ha adquirido una reputación de excelencia en este campo. Al aumentar en número sin cesar, los relojeros deciden agruparse y reglamentar su profesión. En 1601 la “Maîtrise des horlogèrs de Genéve” será la primera corporación relojera del mundo.

Con la aparición de los primeros relojes de bolsillo con aguja de minutos, la relojería toma el primer lugar entre las industrias de la ciudad. Antes de finalizar el siglo XVII, la relojería ginebrina es tan floreciente que hace escribir a los historiadores de la Villa: “Ginebra está congestionada de relojeros”. De hecho, son más de 500, situación que obliga a algunos de ellos a emigrar a lugares menos saturados: Nyon, Neuchatel, Berna, Basilea y hasta Ispahan, Pekín, etc.

Después de su ocasional anexión a ese país, entre 1788 y 1814, Ginebra se incorpora definitivamente a la Confederación en 1815 y a partir de esa fecha todo es ya reloj suizo.

Nombres como los de Jeanrichard, Jaquet Droz, Ducommun, Perrelet, Courvoissier, Berthoud y Breguet – estos dos últimos triunfadores en París – llenan capítulos interesantísimos de la relojería suiza.

De todos es conocido el rápido desarrollo de la industria relojera suiza, a partir de la época industrial, y hasta nuestros días, que ha abarcado simultánea y sorprendentemente todos los géneros posibles, todas absolutamente las especialidades, desde la relojería de edificio hasta los más minúsculos cronógrafos de pulsera, y que ha producido y produce obras de altísima calidad y compleja mecánica”.

(texto extraído del libro “Relojes” del maestro relojero Luís Montañés; colección Diccionarios Antiqvaria)

“Hoy en día la relojería Suiza es sinónimo de calidad, pero curiosamente el prestigio es reciente ya que Suiza se incorporó tarde a la carrera por la producción relojera. No obstante, a lo largo de su historia han destacado muy importantes e insignes relojeros, como es el caso de Jost Burgui en el siglo XVII.

En sus orígenes, la relojería suiza se instala en el cantón de Neuchatel, ya que está próximo a Ginebra, punto de encuentro de todos los relojeros y orfebres que marchan de Francia al ser hugonotes y fueron expulsados”.

(texto extraído del “Diccionario Enciclopédico Profesional de Alta Relojería”, del Prof. Dr. José Daniel Barquero Cabrero; Furtwagen Editores).