Reloj de bolsillo del año 1880 de transición, transformado en reloj de pulsera de época en el año 1910.

Catalogación Referencia: MIARB Nº 1075 JDBC

Siglo XIX, circa 1880.

Reloj de bolsillo de la marca DIDO del año 1880 de transición, es decir, transformado en pulsera en el año 1910 soldándose unas asas a la carrura para insertar la correa. Es un reloj de época denominado “Transición”.

La esfera es en esmalte blanco sobre cobre convexo, con numeración romana en esmalte negro. Las agujas son estilo Luís XVI en latón dorado.

El sistema de cuerda es a corona ranurada, situada a las III horas y el cambio horario es a pulsador a las VI horas.

La caja es en plata de ley repujada con motivo central de un pavo real en un bosque.

Desde inicios del pasado siglo hasta el año 1914, todos los hombres llevaban reloj de bolsillo y todas las mujeres reloj de pulsera.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, los americanos mandan un millón de soldados a combatir con los alemanes, pero coetáneamente a la I Guerra Mundial, los empresarios de los EEUU quieren seguir produciendo, vendiendo y ganando más, ya que América no puede parar su crecimiento a pesar de estar en tiempos de guerra.

Dr. Edward L. Bernays Freud

Por aquella época, el Dr. Edward L. Bernays Freud, un empresario creador de una profesión denominada Relaciones Públicas y en la que trabajaba y demostraba su eficacia, recibió un encargo de la Ingersoll Watch Company.

Dicha empresa deseaba vender más relojes de mujer, pero las ventas habían tocado techo, pues las mujeres no podían ponerse dos relojes a la vez, por lo que decidieron hacer algo sin precedentes. Si deseaban vender más relojes de mujer, tenían que doblar el mercado, cambiar los hábitos de la gente y vender relojes pulsera a los hombres. Éste es un planteamiento muy atrevido, pues los hombres no querían ponerse relojes de pulsera, pues se consideraban muy femeninos, pero veamos cómo se hizo.

Tras una investigación de marketing, descubrieron que una de las causas de peligro del uniforme militar se centraba en el reloj de bolsillo por tres motivos:

El primero era que la cadena del reloj se enredaba cuando los soldados se arrastraban por las trincheras, provocando que el enemigo les hiciera presos, o incluso que les matasen al no poder escapar.

El segundo era que al encender por la noche una cerilla para ver la hora, eran presas fáciles de los francotiradores, pues éstos conocían la posición de los soldados por la luz de la cerilla encendida.

Y el tercero era que el brillo del cristal de los relojes en un día soleado podía provocar que descubrieran la posición de los soldados americanos.

Edward Bernays centró su estrategia de persuasión en salvar las vidas de los soldados americanos, haciendo coincidir el interés privado con el público. El interés privado es fácil, se lo decía la Ingersoll: vender relojes de mujeres a hombres, aumentando así el público objetivo del producto y consecuentemente las ventas de relojes de pulsera. El interés público es más difícil, pues Bernays lo tenía que descubrir, y se centró en salvar las vidas de los soldados.

Así que Bernays solventa los tres problemas:

Uno: desaparece la cadena, que se sustituye por una correa.

Dos: barniza las agujas y los indicadores de las horas con radio luminiscente, no siendo necesario el encender una cerilla para ver la hora durante la noche.

Y tres: aplica un cristal plano mate que no brilla.

Bernays hizo fabricar 100 relojes con estas características y los presentó al ministro de Defensa diciendo que quería salvar las vidas de los americanos que estaban en combate. La idea causó tal sensación que automáticamente se mandaron a los soldados y fue noticia en la prensa del mundo con los siguientes titulares: “El hombre va a la guerra con el reloj de pulsera, pasando de símbolo femenino a masculino y multiplicándose las ventas de la Ingersoll en todo el mundo”.

El aumento de las ventas, hemos de decir, también se debió a que la Ingersoll estaba preparada con anterioridad para la venta de relojes de pulsera para hombres, llegando incluso a tenerlos anunciados en sus escaparates, y pasando así a desterrar la idea de que los relojes de pulsera estaban unidos única y exclusivamente al ser muy femenino, pues este tipo de relojes estaba siendo utilizado por los soldados americanos y pasó, por tanto, a ser un símbolo muy masculino.

El escape de cilindro fue inventado por el maestro relojero Graham, en el año 1720. Supuso una mejora substancial con respecto al escape de rueda catalina, y en su última época el de cilindro es coetáneo con el de áncora.

El cilindro tiene forma de diminuto tubito de acero bruñido y provisto de una hendidura o muesca en la que penetran los dientes de la rueda, estando los dos extremos del cilindro cerrados por dos taponcitos de acero.

Suiza se incorporó relativamente tarde a la producción relojera, aunque con anterioridad tuvo eminentes artífices que hubieron de realizar su obra en la emigración, como es el caso de Jost Burgui, en el siglo XVII. Curiosamente la paulatina implantación de este arte en el país helvético se produce como si fuese causa de un desplazamiento de la actividad de un país a otro. Las manufacturas se fueron instalando originariamente en el cantón de Neuchatel, por su proximidad a la ciudad libre de Ginebra, que llegó a saturarse con motivo de la expulsión de los hugonotes de Francia.

En 1541, el reformador Jean Calvin (Calvino) que era entonces alcalde de la Villa, prohibió totalmente la confección de joyas religiosas y civiles. Poco después, el Reglamento de los Orfebres de la Villa, de 1556, fue redactado de tal forma que condenó de hecho a desaparecer a estos artesanos, de los que había abundantes y muy competentes en Ginebra.

Pero en la misma época, refugiados extranjeros, expulsados de su país por causa de la Reforma, llegaron de Francia, de Flandes y de Italia, y se refugiaron en Ginebra, la villa de Calvino. Como entre ellos hubo relojeros y las ideas nuevas se acompañan de oficios nuevos, fueron los iniciadores de los artesanos ginebrinos que encontraron en la confección del reloj un nuevo campo de trabajo adecuado para reemplazar su antiguo oficio.

Desde entonces, la relojería se destaca rápidamente de las otras artes ornamentales para llegar a ser una profesión nueva e independiente. A fines de siglo, Ginebra ha adquirido una reputación de excelencia en este campo. Al aumentar en número sin cesar, los relojeros deciden agruparse y reglamentar su profesión. En 1601 la “Maîtrise des horlogèrs de Genéve” será la primera corporación relojera del mundo.

Con la aparición de los primeros relojes de bolsillo con aguja de minutos, la relojería toma el primer lugar entre las industrias de la ciudad. Antes de finalizar el siglo XVII, la relojería ginebrina es tan floreciente que hace escribir a los historiadores de la Villa: “Ginebra está congestionada de relojeros”. De hecho, son más de 500, situación que obliga a algunos de ellos a emigrar a lugares menos saturados: Nyon, Neuchatel, Berna, Basilea y hasta Ispahan, Pekín, etc.

Después de su ocasional anexión a ese país, entre 1788 y 1814, Ginebra se incorpora definitivamente a la Confederación en 1815 y a partir de esa fecha todo es ya reloj suizo.

Nombres como los de Jeanrichard, Jaquet Droz, Ducommun, Perrelet, Courvoissier, Berthoud y Breguet – estos dos últimos triunfadores en París – llenan capítulos interesantísimos de la relojería suiza.

De todos es conocido el rápido desarrollo de la industria relojera suiza, a partir de la época industrial, y hasta nuestros días, que ha abarcado simultánea y sorprendentemente todos los géneros posibles, todas absolutamente las especialidades, desde la relojería de edificio hasta los más minúsculos cronógrafos de pulsera, y que ha producido y produce obras de altísima calidad y compleja mecánica”.

(texto extraído del libro “Relojes” del maestro relojero Luís Montañés; colección Diccionarios Antiqvaria)

Hoy en día la relojería Suiza es sinónimo de calidad, pero curiosamente el prestigio es reciente ya que Suiza se incorporó tarde a la carrera por la producción relojera. No obstante, a lo largo de su historia han destacado muy importantes e insignes relojeros, como es el caso de Jost Burgui en el siglo XVII.

En sus orígenes, la relojería suiza se instala en el cantón de Neuchatel, ya que está próximo a Ginebra, punto de encuentro de todos los relojeros y orfebres que marchan de Francia al ser hugonotes y fueron expulsados”.

(texto extraído del “Diccionario Enciclopédico Profesional de Alta Relojería”, del Prof. Dr. José Daniel Barquero Cabrero; Furtwagen Editores).