MANNERS NUNCA PENSÓ QUE SU RELOJ LO MATARÍA EN SU CUMPLEAÑOS

Esa mañana del 5 de noviembre de 1955 amanecía en Londres con una sutil lluvia y una espesa niebla. Mientras el relojero Tommy Manners apagaba a las seis  de la mañana su grueso despertador de doble campana, situado en su mesita de noche para ir al trabajo. Ese día era diferente a muchos otros pues el relojero cumplía 52 años, coincidiendo con la celebración de la noche de Guy Fawkes en Londres en la que ya había quedado con unos amigos para festejar dicha efeméride enfrente de una tradicional hoguera, pero a pesar de todo, debía acudir a su trabajo ya que este no entendía de festividades sino de responsabilidades.

Su trabajo estaba muy bien pagado pues era un funcionario que trabajaba como relojero ministerial al servicio del Ministerio de Justicia de Londres. Trabajo que desempeñaba desde el año 1937 siendo el responsable de que no se parase el tiempo en el Ministerio el cual era una institución en la que todo giraba en torno a la precisión horaria de sus 85 relojes mecánicos   y en consecuencia los tiempos en 1955 eran sagrados. Como sagrada era y es la puntualidad británica y la profesión que Manners representaba, la de relojero, pues el mundo giraba en torno a los relojes mecánicos y la precisión relojera aplicada y en consecuencia él debía conocer distintas técnicas y ciencias. Estas eran  desde la mecánica relojera a las matemáticas y álgebra aplicadas, siendo su objetivo y responsabilidad el que todos los relojes mecánicos funcionasen  con precisión meridiana.

Fielmente el relojero  Manners, como cada mañana acudía a cuidar de sus queridos relojes pero  por las constantes quejas de los ciudadanos y de los funcionarios por un reloj roto y muy visible por todos y  situado en el ministerio fue lo primero que hizo. En esa ocasión se trataba de  reparar un reloj de gran tamaño que empezó adelantándose más de la cuenta para luego pararse. No era un reloj cualquiera, se trataba de un reloj muy especial para él, hoy en día ese mismo reloj asesino sigue situado en Law Courts justo en el lado que da a Fleet Street en Londres. Por aquel entonces años 50 del siglo XX Fleet Street era conocida por ser la calle de los periódicos.

Una vez Manners se introdujo en el habitáculo de la maquinaria del reloj con toda confianza como hacía siempre tocó uno de los mecanismos del reloj situado en las ruedas de rodaje las cuales arrancaron a una hipervelocidad  sin control ninguno.

La fatalidad estaba servida pues al pellizcarle la ropa lo arrastró sin remedio a una inexorable muerte producida por grandes ruedas dentadas.

Con el paso de los días todos los relojes dejaron de funcionar como si de un homenaje póstumo se tratase pero la verdad es porque Tommy ya no les daba cuerda y las quejas en los juzgados se sucedían,era un auténtico caos y pronto su familia denunció la desaparición.

La policía  londinense eficazmente inició la investigación recorriendo su última ruta relojera descrita en su hoja de trabajo y al entrar en el habitáculo del reloj de Law Courts encontraron a Manners desangrado por las ruedas dentadas con el brazo atrapado. Nunca pudieron oír sus gritos entre el gran bullicio de la gente y la  altura en la que estaba el reloj, incluso se creyó que antes de morir perdiera el conocimiento del gran dolor.

El juez instructor del caso, el Excelentísimo Sr. Neville, dictaminó que Tommy Manners falleció en acto de servicio, siendo el primer y único relojero hasta la fecha muerto por un reloj. En consecuencia su viuda pudo acogerse a los derechos que le correspondían  a la viuda de cualquier funcionario fallecido en heroico acto de servicio. Quién le iba a decir, que el más grande de sus relojes marcaría su última hora matándolo y que el resto de relojes cuidados por él pararían por falta de cuerda en señal de luto por él.

Manners lo dio todo por la relojería pero esta finalmente, el día de su cumpleaños acabó con él marcando su última hora.

Jose Daniel Barquero para el Miarb Museo Internacional de Alta Relojeria de Bolsillo.