D. José Antonio Martín Otín “Petón”. Presidente de la Fundación Alcoraz. Futbolista, escritor, comentarista en radio y televisión. Director de “La Influencia” COPE.

Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos. Los sarracenos que me tocaron a mi eran albanokosovares, me dijo aquel inspector tan amable, y se llevaron mi cosecha de relojes del cajón. Supe entonces lo que significan los relojes. Ya no eran elementos de orden  que ajustan nuestro tiempo de un vistazo, pura practicidad, ni elegantes signos de distinción, ni regalos, ni caprichos, ni delicadas sumas de talento suizo, ni sefardita insistencia de Moisés Chocrón, bendito sea, ni estupendas palabras (“los relojes continúan impasibles marcando la hora y la sombra de Antígona se pasea por todas las calles de la ciudad gritando: Oh, Jericó, Jericó”). No era nada de eso. Ni siquiera guardianes de la exactitud; es más, uno de ellos era un viejo Cartier Pachá de correa de cuero azul que había dejado de tictoquear hacía tiempo. Daba igual, me gustaba su tacto en la muñeca y verlo ahí. De cuando en cuando me lo ponía y preguntaba la hora. En el asalto se fue caminito de Tirana un Bulgari de la UEFA, colección exclusiva, uno del Atleti que era mil razas pero no tenía precio porque me lo había dado Carlos Peña, el eterno delegado del club, y el Rolex del primer ascenso del Huesca a la División de Honor del fútbol español. Miro esta maravilla, el Museo Internacional de Alta Relojería, y veo no sólo belleza sino almas, mil quinientas almas, vidas, historias y secretos. Ojalá mis atracadores den con el atajo para que alguno de esos relojes que salieron por la ventana acaben dentro de cien años en el Museo de todos los museos del reloj.