Reloj en plata de ley con taquímetro, cronómetro y cronógrafo Lepine, de inusuales contadores en forma de herradura.

 

Catalogación Referencia: MIARB Nº 150 JDBC.

 

 

Siglo XX, circa 1920.

Reloj de bolsillo lepine, con caja en plata de ley, que dispone de las funciones de taquímetro, cronómetro y cronógrafo. Permite, en este caso, calcular con toda precisión la distancia recorrida por cada 1.000 mts de distancia.

Esfera en esmalte blanco sobre cobre convexo, con esfera horaria central de numeración arábiga en esmalte negro. Dispone de dos indicadores inusuales en forma de herradura a las XII y cuatro biseles perimetrales unidos en espiral en la propia esfera. El primero se inicia con numeración arábiga en esmalte negro, luego rojo y finalmente azul añil. En el último, destaca el término “calcule en metres de distance”.

El reloj dispone de cuenta tiempos, que es un instrumento técnico-científico que está destinado y permite medir un tiempo con extrema precisión, aislándolo en horas, minutos, segundos y fracciones de segundo, hasta 1/5, 1/10 y 1/100, siendo en estos casos cuando se presenta aislado del reloj. Si el reloj además dispone de contador, pasa a denominarse cronógrafo.

No obstante, debemos admitir que existen dos clases de cronógrafos: los que son sólo cuenta tiempos y que en consecuencia no siguen la hora, y los que siendo relojes tienen este mecanismo. Ambos tipos se generalizaron a partir de la aparición del remontuar.

El primer cronógrafo, cuya aguja de segundos volvía a su punto de partida, apareció en 1862, inventado por el maestro relojero H.F. PIGUET.

El término cronómetro se aplicó sobre todo a los relojes dotados de escape a “détente”, en la mayoría de los casos con escape de Arnold o Earnshaw, con spring-de-tent o detente pivotado. En este último caso, casi siempre de origen suizo.

Profesionalmente, se denomina cronómetro al reloj dotado de un certificado, extendido por una oficina estatal, que funciona por general en un Observatorio cronométrico. Son cronómetros también los relojes dotados de un escape especial, llamado de cronómetro, que experimentó Berthoud para los relojes marinos o “cronómetros de abordo”.

Así mismo, el reloj también dispone de taquímetro. Aparato que por simple lectura indica la velocidad de un órgano giratorio. En relojería se incorpora esta función a los contadores y cronógrafos mediante una escala en espiral dividida en sectores que permite leer la velocidad en km/hora, observando la presencia de los mojones kilométricos de la carretera desde un vehículo en marcha.

El escape de cilindro fue inventado por el maestro relojero Graham, en el año 1720. Supuso una mejora substancial con respecto al escape de rueda catalina, y en su última época el de cilindro es coetáneo con el de áncora.

El cilindro tiene forma de diminuto tubito de acero bruñido y provisto de una hendidura o muesca en la que penetran los dientes de la rueda, estando los dos extremos del cilindro cerrados por dos taponcitos de acero.

 

Suiza se incorporó relativamente tarde a la producción relojera, aunque con anterioridad tuvo eminentes artífices que hubieron de realizar su obra en la emigración, como es el caso de Jost Burgui, en el siglo XVII. Curiosamente la paulatina implantación de este arte en el país helvético se produce como si fuese causa de un desplazamiento de la actividad de un país a otro. Las manufacturas se fueron instalando originariamente en el cantón de Neuchatel, por su proximidad a la ciudad libre de Ginebra, que llegó a saturarse con motivo de la expulsión de los hugonotes de Francia.

 En 1541, el reformador Jean Calvin (Calvino) que era entonces alcalde de la Villa, prohibió totalmente la confección de joyas religiosas y civiles. Poco después, el Reglamento de los Orfebres de la Villa, de 1556, fue redactado de tal forma que condenó de hecho a desaparecer a estos artesanos, de los que había abundantes y muy competentes en Ginebra.

 Pero en la misma época, refugiados extranjeros, expulsados de su país por causa de la Reforma, llegaron de Francia, de Flandes y de Italia, y se refugiaron en Ginebra, la villa de Calvino. Como entre ellos hubo relojeros y las ideas nuevas se acompañan de oficios nuevos, fueron los iniciadores de los artesanos ginebrinos que encontraron en la confección del reloj un nuevo campo de trabajo adecuado para reemplazar su antiguo oficio.

 Desde entonces, la relojería se destaca rápidamente de las otras artes ornamentales para llegar a ser una profesión nueva e independiente. A fines de siglo, Ginebra ha adquirido una reputación de excelencia en este campo. Al aumentar en número sin cesar, los relojeros deciden agruparse y reglamentar su profesión. En 1601 la “Maîtrise des horlogèrs de Genéve” será la primera corporación relojera del mundo.

 Con la aparición de los primeros relojes de bolsillo con aguja de minutos, la relojería toma el primer lugar entre las industrias de la ciudad. Antes de finalizar el siglo XVII, la relojería ginebrina es tan floreciente que hace escribir a los historiadores de la Villa: “Ginebra está congestionada de relojeros”. De hecho, son más de 500, situación que obliga a algunos de ellos a emigrar a lugares menos saturados: Nyon, Neuchatel, Berna, Basilea y hasta Ispahan, Pekín, etc.

 Después de su ocasional anexión a ese país, entre 1788 y 1814, Ginebra se incorpora definitivamente a la Confederación en 1815 y a partir de esa fecha todo es ya reloj suizo.

 Nombres como los de Jeanrichard, Jaquet Droz, Ducommun, Perrelet, Courvoissier, Berthoud y Breguet – estos dos últimos triunfadores en París – llenan capítulos interesantísimos de la relojería suiza.

 De todos es conocido el rápido desarrollo de la industria relojera suiza, a partir de la época industrial, y hasta nuestros días, que ha abarcado simultánea y sorprendentemente todos los géneros posibles, todas absolutamente las especialidades, desde la relojería de edificio hasta los más minúsculos cronógrafos de pulsera, y que ha producido y produce obras de altísima calidad y compleja mecánica.

(texto extraído del libro “Relojes” del maestro relojero Luís Montañés; colección Diccionarios Antiqvaria)

Hoy en día la relojería Suiza es sinónimo de calidad, pero curiosamente el prestigio es reciente ya que Suiza se incorporó tarde a la carrera por la producción relojera. No obstante, a lo largo de su historia han destacado muy importantes e insignes relojeros, como es el caso de Jost Burgui en el siglo XVII.

En sus orígenes, la relojería suiza se instala en el cantón de Neuchatel, ya que está próximo a Ginebra, punto de encuentro de todos los relojeros y orfebres que marchan de Francia al ser hugonotes y fueron expulsados”.

(texto extraído del “Diccionario Enciclopédico Profesional de Alta Relojería”, del Prof. Dr. José Daniel Barquero Cabrero; Furtwagen Editores).