Primera correa de reloj de dama, luego daría pie a que se pasase del reloj de bolsillo de hombre al de pulsera.

 

Catalogación Referencia: MIARB Nº 1086 JDBC

 

  

   

Circa 1916, siglo XX

Los orígenes de la relojería de bolsillo o faltriquera se remontan a finales del año 1.600, si bien éstos desaparecen prácticamente en la Primera Guerra Mundial.

La correa de transición fue la clave, pues ésta permitía a las mujeres poder llevarlo en la muñeca, siendo una cosa extremadamente femenina, no utilizada por el hombre, sin que afectara el tipo de prenda que llevaran, ya que en aquella época los vestidos de mujer no siempre disponían de bolsillo y en ocasiones el colgante o el reloj broche no era acorde con el vestido.

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX empezaron a salir los primeros relojes de pulsera. Para poder aplicar un clásico reloj de bolsillo como si de un reloj de muñeca se tratase, se creó una cadena metálica compuesta por el encaje de piezas alargadas de 2,mm de ancho y 1cm de largo que creaban lo que sería la cadena. Gracias a unos muelles que llevan en el interior podían adaptarse a diferentes tamaños de muñeca.

Para hacer que el reloj se sujetase en esta cadena se disponía de un encaje que gracias a la presión que crean las 4 pinzas, el reloj de bolsillo se sujeta perfectamente, transformando así un reloj de bolsillo en uno de pulsera, pensado al principio sólo para mujeres, hasta que al estallar la I Guerra Mundial, se crearon pulseras de piel para que los soldados pudiesen sujetar el reloj de bolsillo en su muñeca de una forma segura. Las de piel eran mucho más resistentes y grandes que las de metal, creadas para las damas.

Desde inicios del pasado siglo hasta el año 1914, todos los hombres llevaban reloj de bolsillo y todas las mujeres reloj de pulsera con la cadena que presentamos aquí.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, los americanos mandan un millón de soldados a combatir con los alemanes, pero coetáneamente a la I Guerra Mundial, los empresarios de los EEUU quieren seguir produciendo, vendiendo y ganando más, ya que América no puede parar su crecimiento a pesar de estar en tiempos de guerra.

Por aquella época, un empresario creador de una profesión denominada Relaciones Públicas y en la que trabajaba y demostraba su eficacia, recibió un encargo de la Ingersoll Watch Company.

Dicha empresa deseaba vender más relojes de mujer, pero las ventas habían tocado techo, pues las mujeres no podían ponerse dos relojes a la vez, por lo que decidieron hacer algo sin precedentes. Si deseaban vender más relojes de mujer, tenían que doblar el mercado, cambiar los hábitos de la gente y vender relojes pulsera a los hombres. Éste es un planteamiento muy atrevido, pues los hombres no querían ponerse relojes de pulseran, pues se consideraban muy femeninos, pero veamos cómo se hizo.

Tras una investigación de marketing, descubrieron que una de las causas de peligro del uniforme militar se centraba en el reloj de bolsillo por tres motivos:

El primero era que la cadena del reloj se enredaba cuando los soldados se arrastraban por las trincheras, provocando que el enemigo les hiciera presos, o incluso que les matasen al no poder escapar.

El segundo era que al encender por la noche una cerilla para ver la hora, eran presas fáciles de los francotiradores, pues éstos conocían la posición de los soldados por la luz de la cerilla encendida.

Y el tercero era que el brillo del cristal de los relojes en un día soleado podía provocar que descubrieran la posición de los soldados americanos.

Edward Bernays centró su estrategia de persuasión en salvar las vidas de los soldados americanos, haciendo coincidir el interés privado con el público. El interés privado es fácil, se lo decía la Ingersoll: vender relojes de mujeres a hombres, aumentando así el público objetivo del producto y consecuentemente las ventas de relojes de pulsera. El interés público es más difícil, pues Bernays lo tenía que descubrir, y se centró en salvar las vidas de los soldados.

Así que Bernays solventa los tres problemas:

Uno: desaparece la cadena, que se sustituye por una correa.

Dos: barniza las agujas y los indicadores de las horas con radio luminiscente, no siendo necesario el encender una cerilla para ver la hora durante la noche.

Y tres: aplica un cristal plano mate que no brilla.

Bernays hizo fabricar 100 relojes con estas características y los presentó al ministro de Defensa diciendo que quería salvar las vidas de los americanos que estaban en combate. La idea causó tal sensación que automáticamente se mandaron a los soldados y fue noticia en la prensa del mundo con los siguientes titulares: “El hombre va a la guerra con el reloj de pulsera, pasando de símbolo femenino a masculino y multiplicándose las ventas de la Ingersoll en todo el mundo”.

El aumento de las ventas, hemos de decir, también se debió a que la Ingersoll estaba preparada con anterioridad para la venta de relojes de pulsera para hombres, llegando incluso a tenerlos anunciados en sus escaparates, y pasando así a desterrar la idea de que los relojes de pulsera estaban unidos única y exclusivamente al ser muy femenino, pues este tipo de relojes estaba siendo utilizado por los soldados americanos y pasó, por tanto, a ser un símbolo muy masculino.